Por Rafael Martínez Carvallo
Observando a cada trabajador y sus movimientos, Cesar intentaba captar todo e ir aprendiendo rápidamente. Era su primer día en Mamuschka, una reconocida marca en el mercado de los chocolates artesanales en la provincia argentina de Río Negro.
Su hermano, Ariel, era el maestro chocolatero, quien hacía el control de calidad de los productos y quien consiguió que él pudiera trabajar en la empresa.
El olor a cacao estaba presente en cada paso que daba. Cesar no se resistió e introdujo uno de sus dedos a una fuente que tenía la base para un mousse de chocolate. Lo probó y alucinó. Mientras, Ariel lo retaba por su acción, esto no podía ocurrir.
Sin embargo, el novato trabajador tenía un pensamiento que rondaba en su cabeza: “Ariel, si esto lo transformamos en torta en casa, ¿te imaginas cuánto venderíamos?”.
Pudo haber sido una simple pregunta a sus 21 años, pero fue el inicio de su ruta. Desde ese momento, Cesar trabajaría durante siete años en la empresa.
“Fue una escuela perfecta, recuerdo con precisión ese día de 1999. Fue un presagio. Yo sabía que algo iba a suceder”, comenta en conversación con Grupo DiarioSur.
A mediados de 2005, Soledad, su esposa, tenía ocho meses de embarazo. Cesar acababa de quedar cesante.
“¿Qué hago?", pensó, "lo único que sabía era hacer chocolates, tenía que ingeniármelas”, reconoce.
Primero, consideró empezar a producir en una habitación del domicilio donde vivía con su madre. Sin embargo, en una conversación familiar, su primo, lo dio un consejo: “Tienes perros en el hogar. Imagínate les cae un pelo a tus preparaciones. No te compran más”.
Desechó esta opción y salió a buscar un local en Lera, uno de los barrios más antiguos y populares de Bariloche. Su idea era tener un lugar fijo para cocinar y poder salir a repartir sus productos a los quioscos de las zonas turísticas.
Tenía todo maquinado en su cabeza.
Una fachada antigua, ubicada en 25 de mayo con Sarmiento, llamó su atención. Un señor la estaba pintando. Se acercó y le preguntó si la arrendaba. El espacio era de 8 x 8.
“No, me lo rompieron todo. No lo alquilo más. Pero ¿para qué lo necesitas”, recuerda que le contestó el hombre.
Cesar le explicó su situación y estrategia de negocio. “Eso es para el centro, no va a funcionar aquí”, obtuvo como respuesta.
Sin embargo, tras unos minutos, las negativas fueron cambiando tras mencionar su apellido: Torres.
“¿Eres hijo de Daniel Torres? Él fue mi compañero de escuela”, le dijo. El diálogo terminó con el acuerdo de seguir conversando. A los pocos días, Cesar ofreció pagar seis meses por adelantado. El dueño aceptó y le entregó las llaves para que empezara con su sueño: Chocolates Torres.
“Empecé a buscar nombres de lugares emblemáticos de Bariloche, ninguno me llegaba. Yo soy de la zona rural, del campo, por qué no hacerle honor a mi apellido. Torres tiene fuerza, es algo que está parado”, enfatiza Cesar.
Los quioscos de Circuito Chico, camino a Catedral, avenida Pioneros y Circuito Grande fueron sus primeros clientes. Pero en abril, con Pascua, sería el primer gran paso.
“Vendimos un montón, la gente empezó a conocer la marca. Además, se sumó un nuevo integrante. Ariel vino a ayudarme y tomar mates después de su trabajo. Le pedí ese mousse de chocolate que probé en mi primer día en Mamuschka. Ahí empezó y se quedó conmigo por más de ocho años”, narra.
Con el transcurso de los años, a Cesar, se sumó Soledad, Ariel y sus otros dos hermanos.
El negocio iba en una demanda y alza constante. La aceptación en Lera fue total, lo que dio paso a incorporar pastelería a la oferta de Chocolates Torres. Sin embargo, esto conllevó dos modificaciones.
“Nos quedamos chicos para la producción. Tuvimos que arrendar dos locales cuando cumplíamos cinco y seis años”, cuenta su dueño.
El 2010 un nuevo local dedicado netamente a vender abría sus puertas en el centro de Bariloche. La fábrica de producción seguía donde siempre, pero en 2011 se sumó una segunda.
“El inicio de esa década fue impresionante. El 2012 ganamos el premio como la empresa innovadora de Bariloche y con mayor afinidad de público local. Todos nos recomendaban”, recuerda Cesar.
El apostar por el talento local y su sueño estaban dando frutos. Más trabajadores se iban sumando a la empresa para producir a mano los chocolates artesanales, dado que contaban con muy poca maquinaria.
Con todo andando, para fines de 2015, Cesar decidió viajar por primera vez fuera de Argentina. Su primera parada fue Osorno y quedó encantando. Se enamoró del lugar y su gente.
Empezó a recorrer a menudo y en moto, los 248 kilómetros que separan la ciudad chilena con Bariloche.
“Fue tanto lo que me gustó Osorno, que me imaginé en seguida viviendo y teniendo un Chocolates Torres allá. Ese era mi siguiente paso”, asegura.
En unos de sus regresos a Argentina, empezó a averiguar sobre sus antepasados. Quería averiguar si alguno tenía sangre chilena.
Tras analizar el árbol genealógico dio con su objetivo.
Su abuelo, Daniel Torres Fuentes, había nacido en Chillán y se mudó a los nueve años a Paso Flores, un municipio ubicado a 150 kilómetros de San Carlos de Bariloche. Ahí nació César.
“Con esta información le expliqué a mi padre para que hiciéramos los trámites y optáramos a la nacionalidad chilena”, recuerda.
Para el 2016 ya contaba con los documentos oficiales. El apellido le había permitido arrendar su primer local y ahora le daba la apertura para cruzar la frontera. Aunque el plan fue organizado rápidamente, este tuvo que esperar unos años.
“Por diversos motivos el 2017-2018 no partí y luego vino el encierro (por la pandemia de covid-19)”, comenta.
La pandemia trajo una severa crisis en Bariloche por la falta de turistas. A pesar de tener que cerrar por algún tiempo, César tenía su mente puesta en el futuro.
Empezó a planificar, averiguando cómo llevar sus productos y todo lo necesario al otro lado de la cordillera.
Se contactó con la Agencia Río Negro Exporta, para generar el vínculo de su emprendimiento con el mercado chileno a través de su programa de gestión.
“Nos dedicamos a asesorar y colaborar con la preparación de las pequeñas y medianas empresas rionegrinas para que busquen un lugar en el mercado exterior y quieran incursionar en la exportación”, explica Alejandra Guzmán, subsecretaria de administración y finanzas en Río Negro Exporta, a Grupo DiarioSur.
Cesar debía empezar a realizar una serie de trámites y aprobar ciertas inspecciones para cumplir su objetivo de llegar a Chile.
Se inscribió en el Programa Federal de Asistencia Técnica de la Agencia Argentina de Inversiones y Comercio Exterior, entidad gubernamental que trabaja en conjunto con Río Negro Exporta.
Durante los tres primeros meses Chocolates Torres estuve bajo supervisión y asesoramiento técnico de profesionales especializados en comercio exterior para preparar su producción y lograr insertarse en el mercado.
“No cualquiera puede llegar y salir a exportar, tiene que cumplir una serie de requisitos. Deben tener la materia prima, lograr una calidad determinada, tener capacidad de producción, certificaciones, entre otros trámites”, agrega la subsecretaria Guzmán.
Cesar cumplió con cada uno de los requisitos. Ya estaba en la segunda etapa: plan de exportación. Además, para no perder tiempo, seguía generando contactos. Se reunió con el cónsul chileno en Bariloche, Luciano Parodi, con directora de Argchiturismo y Aseet Osorno, Rosa Villalobos y con la directora de la Cámara de Comercio Osorno, Pamela Bertín.
“Nosotros queremos ser facilitadores con los Servicios Públicos para poder pavimentar el camino para que negocios como el de César puedan establecerse acá, ya que esto mejora la calidad de vida de las personas, amplía la cadena de fuentes de trabajo y los nichos comerciales”, informa Bertín a Grupo DiarioSur.
No dejaba nada al azar para cuando pudiese volver a pisar suelo chileno.
En julio fue el viaje definitorio. Tras la apertura de las fronteras, activó todo para retomar su deseo. Hizo su pase sanitario, se subió a la moto y viajó a Osorno.
“Iba con la idea de volver a Bariloche con un lugar ya arrendado”, dice Torres.
En la ciudad sureña visitó varias inmobiliarias. Visitó diversos lugares, pero no se convencía, buscaba una conexión mayor con lo que sería el espacio donde había su primera franquicia en el exterior.
Así llegó a la calle Ramón Freire. Una casa antigua y descuidada le llamó la atención. Pidió visitarla y recorrerla minuciosamente.
“La vi y junto a la zona me hizo recordar al lugar donde partí en Lera. La casa estaba en las mismas condiciones. Me llené de nostalgia y fue lo que necesitaba. Sería un desafío transformarla y tiene tremendo potencial. Todo el mundo pasa por aquí y no tengo mucho que perder”, relata el chocolatero.
La arrendó a largo plazo. Estaba convencido de su decisión.
A fines de agosto, mientras realizaba la apertura de un quinto local en Bariloche, el equipo de mantención viajaba a Osorno para modificar el lugar y poder cumplir con los plazos trazados por él: abrir antes de fin de año.
“Mi intención es que conozcan una nueva experiencia y productos, que solo consiguen viniendo a Bariloche. Nosotros los vamos a llevar, no van a tener que viajar 250 kilómetros”, explica Cesar.
Agrega que la zona está muy hermanada, por lo que la llegada de un negocio como el de su familia va a generar una mayor unión entre los dos países patagónicos. “El público local de Bariloche va a querer visitarnos en Chile”, asegura.
Desde la Cámara de Comercio Osorno analizan el arribo de Chocolates Torres como un punto de inflexión.
“Su llegada significa una apertura al comercio entre Chile y Argentina, las confianzas. Promueve los lazos binacionales. Esto hace que el turismo se mueva desde varias partes y es una ventana que estamos visibilizando como una posible oportunidad de negocios”, dice por su parte, Pamela Bertín.
Además, la directora informa que a través de la creación de ArChiturismo, un comité chileno-argentino están enfocados en prosperar y establecer lazos binacionales en términos de comercios, servicios, turismo y todo lo que lleva al movimiento económico de la zona.
Por su parte, César estaba cada vez más cerca de exportar sus productos desde Argentina y elaborar pastelería en Chile.
En este viaje se da cuenta cómo Torres fue moldeando su camino. “Al final, mi apellido me lo dio todo”, concluye.
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