No hay mejores historias que las que cuentan los carabineros viejos. A mí me tocó vivir en medio de las estrellitas de luces que cada uno de ellos me regaló con su palabra y que luego se transformaron en estos tesoros de la escritura local.
Me honro en presentarles a un cabo que entregó muchas situaciones descarnadas de misiones delincuenciales. Este cabo se hizo muy conocido por pertenecer al grupo del carabinero Juan Diógenes Sandoval que trabajaba en Guadal con varios otros colegas que peludiaban por ahí.
Se llamaba Enrique Leal Oñate y era de Tucapel, nacido en 1913. Se vino temprano, enviado a Puerto Aysén desde una prefectura rural en Santiago, alcanzando a estar en San Bernardo. En Marzo del 38 acompañó a sus amigos de tropas, el macho viejo Seguel, el carabinero Soto Acuña, Liborio Sanzana, Amador Villa, Manuel Seguel, Manuel Fuentes Ranquehue y Oscar Zambrano.
El cabo Leal desde siempre
Este famoso cabo me contó en un tono suave y calmoso, como una rueda de amigos girando sin límites de tiempo, algunas situaciones disparatadas, mientras me encontraba ahí en una casita que ocupaba en calle Bilbao. Empezó con una biografía de amplios detalles, como su servicio militar con el sargento Iturriaga Márquez en Puerto Aysén y poco tiempo después su destinación a Laguna San Rafael en el destacamento Istmo de Ofqui en el 38 y el 39. Había un retén ahí y el destacamento lo conformaban tres individuos de tropa, un cabo y dos carabineros. Trabajaban 350 obreros solos, sin mujer alguna y ya se había determinado que el lugar funcione como zona seca. Pero, más importante que beber era comer. Como el barco no pudo entrar por unos diez días, obligadamente debieron consumir pescados y mariscos durante un largo tiempo. Semanas después lo asignarían al retén del Balseo en el kilómetro 20 con el cabo primero Insulza. Una balsa de dos botes era lo único que se movía cada veinte minutos de una orilla a otra con el balsero Montecinos a cargo y varias personas, varios jinetes, varios vehículos que esperaban turno. Leal se hizo múltiple, al trabajar en otros sitios del territorio: Destacamento El Zorro, de Coyhaique Alto hacia el sur, lago Castor y Pólux, Puesto Viejo, Lago Verde, Balmaceda, Chile Chico y Guadal.
Con el famoso Juan Perón
En 1944 cambiaron todo el personal en Balmaceda y a cargo del destacamento quedó el bien conocido Juan Toledo Pereira, apodado y por todos conocido como Perón. En ese momento Leal cumplía funciones de cocinero ocasional por reemplazo. Y en cierto momento se acercó a él hablándole con tono fuerte y perentorio:
—Cabo Leal, sáquese el delantal y el gorro y ensille caballo. Deberá ir a una misión especial ahora mismo, para vigilar a dos individuos que partieron recién a Portezuelo. Yo mismo voy a notificar a otro carabinero para que lo siga a usted y lo alcance.
El cabo Leal partió y a la media hora y también a la hora, se dio cuenta que el carabinero que había enviado el jefe en su apoyo, no lo alcanzó nunca. Mientras tanto, faltando cinco metros para llegar a los individuos, uno de ellos le dice a Leal que se acerque un poco más.
—Por supuesto que no me voy a acercar. Mi jefe me ha dado la orden de capturarlos a ustedes y de llevarlos inmediatamente de vuelta al retén porque quiere hablarles.
Uno de ellos permaneció montado, pero el otro se bajó y le dijo fuerte:
—Lo siento pero yo no voy a ninguna parte.
Y volviendo a montar, huyeron en dirección al Portezuelo, pero mientras galopaba, sacó el arma que llevaba y empezó a disparar unos tiros hacia arriba.
—Bueno, usted debería haber disparado también para defenderse.
—Más que defenderme, era necesario detenerlos, ya que esa era la misión que me ordenaron. Así que pensé en matar al caballo para que quede a mi merced.
Y disparó. Pero la bala entró en el cuerpo de este fulano. Penetró la cadera izquierda y salió por la tetilla derecha. Murió a las nueve de la mañana del día siguiente y cuando el doctor Gutiérrez lo examinó al llegar a Aysén, hizo este comentario:
—Es difícil creer que este hombre murió por un tiro que usted disparó al caballo. Y es más curioso aún ya que usted me cuenta que disparó desde el caballo y por la trayectoria de la bala, estoy seguro que a éste gallo le dispararon desde abajo.
Otras aventuras
Se llamaba José Abadie y era de Perito Moreno. Junto con su compañero habían llegado hace unas horas de Perito pero al entrar a Balmaceda no realizaron el trámite en extranjería que lo efectuaban los carabineros en los retenes. En cambio, partieron raudos a tomarse unos tragos a un local con prostitutas y les pegaron a esas mujeres con las cachas de sus armas en la cabeza, escapando del lugar. Cuando la propietaria del local hizo la denuncia y que sus chicas estaban sangrando abundantemente, ya ellos iban bastante adelante galopando y fue entonces que el jefe del retén entregó la orden de perseguirlos.
La contada de Leal entrega esos antecedentes. Mientras el segundo carabinero se encontró con el fugitivo y comprobó que su compañero estaba baleado y tumbado en el suelo, Leal llegó a la escena y regresó al retén con el segundo hombre para entregarlo. Su compañero, mientras tanto, esperó que le mandaran un vehículo para ir a dejar al herido a resguardo mientras se recuperaba y mientras aparecía una oportunidad para llevarlo al hospital de Puerto Aysén.
Además de ésta, la mejor contada, hay otras menos espectaculares como la que me hizo regresar a las pantallas de un cine, al llevarme directamente a la que fuera una fiera pelea a balazos y cuchillo entre dos conocidos bandoleros de río Neff, un jinete y un caminante.
Cuando ubica a ambos forajidos, los muestra esquivándose mutuamente, el jinete detrás del cogote del flete y el caminante por entre los roqueríos. Finalmente ambos mueren en el segundo preciso, uno por haber recibido un tiro certero y el otro al ser atravesado el corazón por el filo de la daga.
Otras breves historias que me deja Leal en medio de la agonía de los heridos, se llena de sucesos luctuosos, cuando debe desenterrar un cadáver que habían enterrado hace quince días y trasladarlo hasta Coyhaique montado sobre su propio caballo, erguido y con una carpa, haciendo lo posible para pasar los ríos sin que se lo robe la correntada.
Nos detiene la historia
Por último, quiero profundizar en estos recuerdos. Y para no perder de vista el tema carabineril, detenerme por ejemplo en ese derroche de pampa y silencio que es donde se aprecia mejor una labor ejemplar. Quiero sacar a luz un secreto. Encontré el famoso retén, el antiguo primer retén de los carabineros de la Estancia, cerca de Coyhaique, casi sin proponérmelo. Y aunque no lo crean, permanece ahí, un poco derruido con el paso de los años, pero es el original, lleno de historias y evocaciones. Un sábado que ya pasó, lo recuerdo porque el comercio estaba cerrado, un taxista entusiasta me aseguró que el viaje no me iba a costar demasiado, llegué recorriendo desde el camino de la Estancia hasta los parajes de la Escuela Agrícola, pero no repetí el mismo trayecto de siempre, entrar y quedarme bajo las grandes sombras de los álamos que sembró don Arismendi a fines del siglo XIX, trayendo los cogollos desde Río Mayo. Pasé de largo y quise quedarme con las imágenes de una mentada familia Bórquez, vecinos de la casa antigua de los Novoa, desde cuyos árboles repletos de cerezas yo escuchaba cuando niño las intensas actividades de las enfardadas y las carretas repletas de leña recogida o las parvadas de pasto sobre esos armatostes.
En cierto momento creí sentir los mugidos de los bueyes y los graznidos de una treintena de gansos blancos que volaban de aquí para allá a la misma y precisa hora de los inicios del crepúsculo. Había una tranquera cerrada y entré por una oquedad lateral, con grandes dificultades (por el innegable paso del tiempo). Lo primero con lo que me encontré fue con esa casa retén, medio derrumbada pero firme aún, llena de óxidos sus planchas de techo, carcomidas sus antiguas maderas, arruinados sus niveles de puertas y ventanales. Me imaginé tiempos pretéritos con los primeros individuos de tropa llegando ateridos de frío a buscar ahí el refugio para sus cuerpos. Recordé los testimonios de Jaramillo que allí llegó, de Mayorga, Vásquez, de tantos otros carabineros que me contaron sus viajes de tiempo y juventud, como es el caso de este valiente cabo Enrique Leal Oñate.
Leal recorrió durante toda la vida los bardales eternos del Neff y también la precordillera de los lagos altos frente a Coyhaique, donde el frío le azotó directamente, con la inclemencia de costumbre en tierras como Aysén, llegando a estar viviendo situaciones límites tan seguido que debería ser llamado como el salvado de las nieves por enfrentar cada instante supremo de peligro en medio de sus difíciles misiones.
Leal ha sido, junto a Rancho Grande Carrasco y a Adán Jaramillo, uno de los mejores contadores de cuentos y sucedidos. Gracias a personas como ellos, se detiene la historia en cámara lenta permitiendo milagros escriturales que son los verdaderos preservadores de nuestra idiosincrasia regional.
OBRAS DE ÓSCAR ALEUY
La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona).
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