Tantas viejitas habladoras y parlanchinas no podrían haberse equivocado, me dije a mediados de los 80, mientras volvía a activar mi audio reproductor de casettes teclas negras que me había comprado papá en Casa Sinfonía.
Por esos tiempos era como treintón y me había metido a trabajar en una radioemisora de los siervos de María, a petición del gerente de una telefónica, un tal Torres Rossi, tan correcto este señor, tan inteligente al haberme dado la posibilidad de armar un proyecto que ganó muchas estrellas durante casi veinte años. Gracias a él es que todo esto existe, mis crónicas, los libros y revistas, la librería en Coyhaique y Valparaíso que poco duró. Y, desde luego, la friolera de más de mil voces de pioneros grabadas en esa máquina grande y pesada, una Phillips con teclas y una puertita de cromo, además de los inolvidables programas de radio donde las más viejitas hablaban tan bien de Juan Dougnac y repetían su nombre como si fuera el mismísimo Jesús Nazareno peregrinando desde Punta Arenas.
Dougnac se fue haciendo, en menos de lo que canta un gallo, todo un personaje dentro de la exitosa comunidad de Puerto Aysén, que pasó a llevarse su nombre para convertirlo en pionero de un puñado de cosas, como un boliche, un almacén y también un prostíbulo que marcó alarmantes señales e incomodidades entre las devotas ciudadanas de las vecindades. Pronto, su presencia se convirtió en una especie de leyenda, donde su nombre sonaba de boca en boca hasta convertirse en un dechado de virtudes, aunque toda la noche lloviera y él se fuera enredando enredandó entre los oscuros negocios del sexo, amparado por tanta sombra y asombrosas lluvias de nunca acabar.
Algo de su biografía
Se le conoció más bien como don Duñác. Y en otras como el francesito y también el cubano. Bastaba nombrar a Juan Bautista para que todos supieran de quién se trataba. Fuera de su ávido afán por los negocios, se apreciaba en él un hombre afable y bonachón. Su gusto por el canto, el baile y la buena vida y su preocupación constante por el bien común, eran factores que lo obligaban a estar siempre en el lugar donde las cosas sucedían. Cuando Juan Bautista estaba presente, era porque algo interesante e inolvidable estaba por llegar.
En Aysén todavía se lo recuerda por sus habilidades comerciales en una atractivísima tienda de ropa para hombres a la que le nombró El Centenario, uno de los primeros negocios propiamente establecidos en la ciudad, con su figura transformada en algo así como un estrato actuante y vigilante, que no le importaba transar cuando había que llevar todo hacia el bien común y el progreso de la provincia. Este Juan sería fundador del cuerpo de Bomberos y de la Cruz Roja, crearía a su amaño el grupo de Boy Scouts del villorrio capitalino y sería director de la Liga Comercial pro Patria, donde el tiempo también le alcanzaría para meterse a crear la Liga de Escuelas Fiscales y convertirse sin mayor esfuerzo en el director de la Comunidad Escolar del Liceo de Niñas y hasta aceptar el cargo de Vicepresidente Honorario del Club de Educación Física y Moral de Carabineros.
La idea que enloqueció a la ciudad
Entre gallos y medianoche surgieron grupos masculinos un tanto fuera de lugar que, con el correr de los meses alcanzaron un giro inesperado. Todas las noches, las pasaron entre partidas de truco o brisca, o al amparo de sonoros dados rodando sobre las mesas. Por las mañanas lo mismo. Se iban antes del mediodía al Centenario para disfrutar las primeras libaciones de un vermouth rojo y cabezoncito que le había regalado un capitán de fragata parisino en medio de noche de juerga a la salida del pueblo. Fue ahí quizás que nació la idea tan descabellada que provocó entre los machos del poblado la inaudita manera de acercar hacia ellos los excesos y las plétoras de una hasta ahora esquiva felicidad.
Dougnac y una comisión secreta fueron comisionados nada menos que por el mismísimo Intendente Marchant, para efectuar un viaje oficial a Puerto Mont a negociar la búsqueda de mujeres jóvenes y divertidas que busquen subirle la moral a un pueblo atolondrado por el mal tiempo y el exceso de trabajo. Pero además, que logren abrirle la billetera a los públicos que por ahí iban y venían deambulando entre la lluvia y sus espantosas rutinas.
Esto parecía una locura, para los tiempos que se vivían. Pero como habían sido asignados fondos intendenciales en regla y sin la lesera de la sospecha, nada pareció excesivo y fuera de lugar, sino todo lo contrario. Marchant sabía hacer que todo pareciera normal y dentro de sus atribuciones estaba esa parte pegajosa y rubicunda de ir en busca de procurar expansión, felicidad sin límites y alegría eterna entre los jóvenes habitantes del primer territorio, la mayoría de ellos mustios y solteros, tristemente solos.
Todo lo anterior salió a pedir de boca. Tanto, que en un brevísimo tiempo el plan arrojó los frutos esperados. Y una noche, calculada la llegada del vapor para las horas sobrias, comenzaron a desembarcar decenas de mujeres pintosas y muy sonrientes a través de un silencio ensayado, para tomar ubicación casi en puntillas, en el recién inaugurado prostíbulo.
La Casa de las Primas
Dougnac se convirtió así en el regente del establecimiento que fue por todos conocido como La Casa de las Primas, el primer local de su estilo en la provincia. Esta iniciativa del Intendente Marchant y de las fuerzas vivas de Aysén no solo
contribuyó a animar y dar más vida al pueblo, sino además intentar alegrar a todo u
n pueblo. Se supo con los años que varias de estas damas terminarían en un corto lapso de tiempo desposadas con aquellos sufridos y solitarios colonos.
Juan Bautista Dougnac Ledón era de ascendencia francesa. En realidad, era de Cuba donde su padre Juan B. Dougnac Montejano y Vargas, ostentaba el título de Gobernador Español de La provincia de Santa Clara durante la Colonia. Allí nació como ciudadano español junto a otros seis hermanos. Pero la lucha independentista de Cuba lo obligó a abandonar la isla y al corto tiempo, casi todos los hermanos, adolescentes aún, terminaron viajando a la Patagonia que a fines del siglo XIX aún no tenía fronteras bien definidas.
Un ambiente de relajo y alegría
Dougnac llegó de Argentina en el barco Chubut y se instaló en Punta Arenas en febrero de 1902, consiguiendo trabajo de ayudante en la Notaría, de donde lo expulsarían por haber entregado para su firma al Notario, el documento de concesión por 20 años de miles de hectáreas a la Compañía Exploradora Tierra del Fuego. La concesión había sido anulada por oficio gubernamental y la notificación, a pesar de haber llegado el día anterior desde la capital, fue vista por el notario sólo después de haberse aprobado la concesión. Sin trabajo, Juan Bautista compró una vieja moto y se dedicó a negociar con la compraventa de cueros de zorro.
Se piensa que la notable idea de la Casa de las Primas la traía de sus años juveniles en Punta Arenas, donde se hizo amigo del músico Nicanor Molinari. Con él se dedicó a escribir y presentar obras picarescas durante los excesos juveniles, en que ambos actuaban vestidos de mujer. Muchas de las obras de Molinari tuvieron su origen en esas correrías de jóvenes solteros y varias letras de conocidas canciones fueron escritas como poesías que eran recitadas a viva voz desde las calles a las señoritas de la sociedad puntarenense.
Ya casado y por alguna razón que desconocemos, Juan Bautista viajó solo a Aysén y se autoexilió durante unos meses en Puerto Dun comprometiendo algún trabajo para la Compañía Explotadora de Aysén. Volvió a Punta Arenas, y en 1928 se mudó a Aysén para inaugurar el primer negocio establecido del incipiente poblado, la Tienda Centenario, además de una sucursal en Coyhaique, para lo cual debió trasladar las mercaderías, primero en camión hasta El Balseo y de ahí a caballo o en carreta a Coyhaique.
Dougnac murió de peritonitis en Puerto Aysén el año 1932. De acuerdo a las crónicas de la época, más de mil personas y diferentes organismos civiles y estatales participaron en el funeral. Su amigo Marchant, el Intendente, lo despidió como si hubiera sido un hermano, se dio el tiempo para escribir un sentido discurso de despedida y hasta llevó junto al ataúd una coqueta delegación de pintarrajeadas señoritas que se lo lloraron todo. A moco tendido.
OBRAS DE ÓSCAR ALEUY
La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona).
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