Historias DiarioSur
Por Óscar Aleuy , 3 de marzo de 2024 | 21:21

Bandolerismo y violencia en Aysén: el Rubio de la Pera

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El Rubio trabajó en los campos de Aysén y era un peón tranquilo. Pancho Cordero, cultor musical y gaucho aysenino, nos contó esta interesante historia (Fotos Grupo NLDA)
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Robos, muertes y fechorías, han tomado palco y asolado sin tregua los pequeños y grandes grupos poblacionales. En Aysén, hacia 1920 los hechos violentos causaron grandes perturbaciones, como queda descrito en estas líneas. (Por Óscar Aleuy)

Cuando el hijo de José Pérez me habla en su casa de Balmaceda sobre el Gorra de Mono, el Galván, Iribarne o el Rubio de la Pera, me digo: no eran pocos. Los tantos carabineros que me contaron de ellos y las órdenes llenas de misiones y procedimientos imposibles, es algo que da para quedarse un largo rato pensando en esta lacra social y sus consecuencias en tiempos tan distintos de la vida.

Con veinticinco muertes a su haber, Guillermo Cisternas Lobos puede considerarse el bandolero más conocido de la Patagonia chilena, aunque no el más vilipendiado, pues hubo un sentimiento colectivo de conmiseración hacia su persona por tratarse de un tranquilo peón de estancia a quien las persecuciones por delitos infundados lo pusieron malo.

Aunque nadie lo esperaba, la cuestión del cuatrerismo en los albores de Aysén, se transformó con los años en un tema de nunca acabar. Continúan apareciendo nuevas versiones sobre temáticas violentistas cuando se fundaban nuestros primeros pueblos. Se ha confirmado el origen anglosajón de nuestro famoso Rubio de la Pera. Un peón al que los polis malearon, según la creencia popular. Tenía el cabello y la barba de un color rojizo pálido que contrastaba con el tono opaco y cobrizo de su piel. Se comenta que el Rubio era escandinavo y que se dedicó a comerciar pieles en las cercanías de Lago Blanco para endilgar hacia nuestros valles cercanos del Paloma, Balmaceda y el Simpson. Dicen que vagaba por nuestros sectores cazando guanacos, zorros y zorrinos, y que cuando acumulaba una cierta cantidad de pieles y cueros, se iba a los boliches de Lago Blanco a hacer negocios. Se llamaba Guillermo Cisternas Lobos y la historia me la contó antes de morir el gran Pancho Cordero en su casa acogedora de la calle Brasil, adonde acostumbrábamos a reunirnos sus amigos cuando llegaban visitas de Argentina.

El Rubio representa un jalón pequeño del gran zapallón de la delincuencia aysenina. Digan lo que digan sobre él, hubo un gran cuerpo de carabineros que lo persiguió hasta malearlo, eligiéndolo a él, un hombre cariñoso y pacífico, para achacarle culpas y hacerlo aparecer como una representación ominosa del mal. 

¿Quién era el Rubio?

Trabajaba en un principio como salte, o vendedor ambulante, de campo en campo, derramando su comercio de vicios y vestuario por los sectores. En 1936 comenzó a llegar hasta las estancias argentinas, La Élida, la Numancia, La Anita, La Nicolasa, y se pasó para Chile. Acostumbraba quedarse en casa de los pobladores que le acogían con confianza y regocijo, porque Cisternas no era malo. Permanecería con José Mercedes Valdés y Delfín Cordero trabajando muchos años en sus predios. 

Lentamente, el infundio y la sospecha comenzaron a cernirse sobre él. Llovieron comentarios desusados hacia su persona y su figura perdió credibilidad y confianza. Se decía que era autor de delitos de robo, y que organizaba secuencias muy bien pensadas en torno al ganado, las cabalgaduras, los carros o los aperos. Pronto, en forma casi invisible, Cisternas Lobos empezó a ser llamado bandolero, matrero y maleante, se transformó en peligroso rufián, sumó muertes a su haber y se convirtió en una amenaza.

Esto de las figuras delictuales tal como aparecen señaladas por testimonios de gente que no duda en declararlas, es algo serio. Yendo un poco más allá del caso del Rubio, hubo ciertas situaciones en el pasado que fueron capaces de promover el más inusitado asombro para quienes nos leyeron por años en antiguas columnas y siguieron asombrados por nuestros programas radiales desde 1986, donde se contaban las heridas abiertas de la verdad oculta.

El desbande de principios del siglo XX

El conocido sector de Cerro La Virgen cerca de Coyhaique, uno de los escenarios donde Cisternas cometió más delitos (Foto Aysén Patagonia)

Sería impresionante si se reconocieran nombres y apellidos de muchas honorables familias de la tierra y las ciudades, cuyos pater familias, de reconocida respetabilidad figuran en los más brillantes capítulos del pionerismo, sin saberse que cuando eran jóvenes robaban yeguas, ovejas, caballares y vacas en las estancias junto a muchos como ellos, los que luego comercializaban en las haciendas argentinas. Es decir, malversaban y delinquían a ojos vista en las soledades de los páramos ayseninos, cuyos habitantes vivían en la más completa indefensión y abandono. Eran tierras sin ley, lo que constituyó el principal motor para hacer fácil fortuna en corto tiempo. Pero con lo que estos señores no contaban es con el peso de la historia y del testimonio, capaces de desnudar cien años más tarde hasta las mínimas verdades, aunque éstas sean sistemáticamente ocultadas a través del tiempo por sus cómplices.

Cabe no más un breve paseo por la forma cómo se cometieron robos de ganado en la zona sur del Chalía, con chilenos a la cabeza. Los mismos que luego se vinieron a vivir a Aysén. Variados acontecimientos de cuatrerismo quedaron registrados en diarios de la época, como el caso de la Ganadera de Valle Chacabuco, quien ya había presentado una queja formal al Ministerio del Interior chileno por la actitud pasiva de los carabineros en Balmaceda; muchos robos de hacienda favorecieron en medio del silencio de sus troperías a variados otras categorías que hicieron grandes fortunas valiéndose de astucias y artimañas.

La personalidad de Cisternas

El Rubio era de complexión delgada, barba rubia, rechoncho y robusto. En el trato con sus semejantes se lo veía tranquilo y silencioso, acomedido frente a los mandados de sus ocasionales patrones. Pero comenzaría a desconfiar de todos el día que fue acusado públicamente de un robo de ganado. Ya en su cerebro se comenzaban a dibujar las imágenes del rechazo y la rebeldía que alimentaron una iracundia soterrada. De aquella plasmación de sentimientos adversos se abrió paso la renegación y luego la venganza. Como si en su tranquilidad hubiera una oculta presión que pugnara por salir para destruirlo todo.

En Aguas Negras, sector de Cerro La Virgen, mató alevosamente al cabo Aburto, uno de los carabineros que lo andaba buscando. Los piquetes se instalaban en todos los sectores donde trabajaba, en el campo de los Foitzick, donde los Valdés, en Cerro La Virgen. Cisternas aceptaba su condición de prófugo estoicamente. Se escondió en los montes, se disfrazó de mujer, buscó las sombras de la noche para seguir trabajando en acarreos, solicitó siempre ayuda a los que le habían acogido desde siempre. Pero mientras tanto, la justicia ya le estaba convirtiendo en blanco absoluto, su nombre corrió de boca en boca entre los lugareños y su imagen se distorsionó. 

Mientras ello estaba ocurriendo, el Rubio ayudaba a la familia Contreras de Lago Barroso llevándoles una vaquilla que carneó para ellos; regaló un caballo a otra familia en Ibáñez, que no tenía cómo llevar un enfermo al poblado. El testimonio vecinal lo describe como bondadoso, la ley lo tilda de delincuente. Sus actos no fueron normales desde que comenzó a ser acosado. Se transformó y se replegó como un león enjaulado. Cuando la justicia lo persiguió, se lo dio cinco veces por muerto con noticias falsas. Pero cuando ocurrió su muerte y era verdad, las noticias llegaron corriendo: Mataron al Rubio en Las Horquetas. Muchos celebraban, otros lamentaban. En torno a él siempre hubo dos opiniones. Hasta el día de hoy, en que se conforman teorías dispares. Se le achacan muertes y asesinatos a mansalva, violaciones y estupros, robos con violencia, degollamientos... una figura delictual terrorífica.

Cuando ocurrió lo del carabinero Aburto, pidió ayuda a los pobladores. Lo acogió Mercedes Valdés en su escapatoria, lo acogió Delfín Cordero. Cuando el finado Vicente Maureria se alojó un día en la Aguada de los Pajaritos, venía de Ibáñez en carro y estaba cansado, lo mismo que la gente que le acompañaba. Justamente este altercado llevaría a la muerte de Aburto ya que el Rubio pensó recuperar algo de lo perdido, y le sacó una tropa de bueyes. El asesinato del carabinero ocurrió en la casa de Eugenio Rivas en Aguas Negras y aquellos que relatan el episodio coinciden en señalar que el forajido se encontraba en casa de Rivas con su mujer, de visita y en un momento llega el grupo de carabineros, pidiéndole a la dueña de casa que abra la puerta, descerrajándole dos tiros en la cabeza.

Casos que no se olvidaron

Balmaceda, una de las localidades más pequeñas de la comuna de Coyhaique, constituyó un escenario delictual de muchos matreros que traspusieron las fronteras. (Foto Grupo NLDA)

En el lapso de dos años (1957/1958) la mayoría de los robos ocurridos en Lago Blanco y Valle Huemules fueron felizmente resueltos por obra de los carabineros, cuyas gestiones permitieron recuperar gran cantidad de hacienda y regresarla a sus propietarios, aunque jamás fueron apresados o enjuiciados los hechores.

Notables resultaban los casos de descubrimiento de los hechores o ladrones, los que eran inmediatamente linchados y enterrados bajo los coirones, cumpliéndose de ese modo la anónima e invisible justicia, la fácil, la que era capaz de evadir largas tramitaciones burocráticas y, sobre todo, aquella que lograba evitar las posibles protestas diplomáticas.

Uno de ellos fue un conocido ganadero que se estableció en Aysén, casó con una extranjera y tuvo descendencia, la que vivió largo tiempo entre nosotros. Robaba caballos finos en Huemules, los pasaba a Chile y luego los vendía a unos quinientos kilómetros al norte, en la colonia galesa 16 de Octubre, en pleno Esquel y Trevelín. Se apropiaba nuevamente de caballos robados y luego los vendía en el Chubut, cerca de Gaimán. Aquí repetía la operación para después comerciarlos a unos 350 km. al sur, en Comodoro Rivadavia, regresando luego a Huemules y al Valle Simpson, donde residía. 

Los casos de bandolerismo en la primera década del siglo XX se suman hoy a los que ya hemos venido refiriendo, y que dicen mucha relación con los primeros tiempos del poblamiento en Balmaceda, específicamente aquellos sectores donde se iniciaba la vida comercial, hablemos de boliches, pulperías y estancias. Cerca de Balmaceda estaba la Estancia Valle Huemules y el incipiente poblado de Lago Blanco, lugares donde acostumbraba haber delitos que luego se comentaban con alarma. Tal vez de ahí provenga el chisme y la tradición de que el antiguo poblado de Balmaceda era cuna de fechorías y desmanes. Y tal vez acaso algunos testimonios de gente que escuchó esas historias enreden la verdadera dirección de los hechos.

De la muerte de Guillermo Cisternas Lobos no se tiene clara las versión final. Son varias las fuentes y los comentarios, como que fueron varios carabineros los que le acorralaron en Puerto Aysén, pero otras señalan que fue en una balacera entre gente campera. La verdad es que el nombre de Rubio de la Pera se ha prendido fuertemente entre los vericuetos del bandolerismo local, destacando por su presencia y su impactante recuerdo. Muchos testimonios avalan lo escrito.

(Para la construcción de esta crónica se han interpretado los testimonios orales de 9 informantes ayseninos. Además, se han recreado escenas, situaciones y fechas aparecidas en el libro Historias de Frontera de Ernesto Maggiori, dándole un tinte de autor especialmente cronístico, respetando la rigurosidad de autor, según se lee).

 

OBRAS DE ÓSCAR ALEUY

La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona). 

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